viernes, 20 de enero de 2023

El extraño forastero

Erase una vez, en un pueblo pequeño pero acogedor, sus habitantes vivían felicísimos, porque todos tenían sus ocupaciones: los tenderos en sus tiendas, los herreros en la herrería, los niños no tenían otra ocupación que ser niños... Y así pasaban los días, días tras días, sin preocupación, sin que nada más allá les molestase, sin influencias externas. 

Después del trabajo, cada individuo volvía a su individualidad, a la de su casa, donde su mayor preocupación era lo que pondría esta tarde-noche en la televisión; a riesgo de caer en comentarios machistas, los hombres veían su partido de fútbol y las esposas preparaban la cena y el baño de sus hijos. Hijos que, por cierto, pasan olímpicamente de estar en las calles, jugando con sus iguales y los viejitos ya no saben a quién contar sus batallas. Ahora sus juguetes se compran en laos grandes almacenes, porque ya nadie se atreve a enseñarles a construirlos. 

Pero un buen día, pasaba por allí un forastero quien preguntó por algún sitio donde hospedarse por unos días. Una vez instalado en una pequeña pensión, este extraño pasó su mirada por el pueblo y pudo constatar que había caído en la desidia y el aburrimiento.

Atrevióse , no obstante, a charlar con los viejitos y descubrió, que hasta ese momento, nadie se acercaba a ellos y por tanto, se asombraron de que alguien lo hiciera; el forastero, posteriormente, tomó nota de algunas cosas. luego se acercó a unos pocos niños que jugaban al fútbol en la plaza, pero habían tan pocos ni podían formar un equipo; nuestro extraño preguntó su conocían algún otro juego que no fuese el deporte rey y dijeron que no; el forastero, posteriormente, tomó nota del comentario de los chicos y se fue. 

Nuestro amigo se dirigió al mercado, que al ser hora punta, estaba repleto de amas de casa; el forastero pasó disimuladamente por los puestos y escuchó comentarios tales como " ¡ qué aburrida estoy de este pueblo ! " o " un día de estos lo dejo todo " !. Así pudo constatar que las esposas también había caído en el círculo vicioso del aburrimiento; el forastero tomo nota de dichos comentarios y se fue. Después de un día ajetreado, decidió hacer una parada en el único bar del pueblo, donde todos los maridos se juntaban una vez a la semana para ver, como no un partido de fútbol y, entre tapa y tapa, habían quejas y quejas, sobre el trabajo pero sobre todo de lo mal que estaban jugando los futbolistas del equipo favorito allí presente. El forastero tomo nota y se fue.

 Ya era tarde, por lo que se marchó a la pensión. Esa noche no pudo dormir y entre vuelta y vuelta, su mente estaba en lo sucedido durante el día. No dejaba de preguntarse cómo la gente puede caer en la desidia tan fácilmente. El forastero se autorrespondía que puede ser fruto de la sociedad acomodaticia, de haber luchado para tenerlo todo a tenerlo todo y no querer perderlo. Este hombre intentaba buscar una solución. ¿ cómo sacar del círculo vicioso a todo un pueblo sin obligarlos? 

Pues primero se dirigió al ayuntamiento y pidió cita al alcalde, quien opinaba casi igual que su interlocutor y le ofreció un espacio a nuestro amigo para convocar a los conciudadanos...después de todo era una autoridad y le harían más caso. La cita fue tres días más tarde en el salón principal del ayuntamiento. Afortunadamente, acudieron muchos ciudadanos y sí fue la velada. 
 
Primero, el forastero se presentó. Resultó llamarse Roberto y afirmó que hacía tiempo que estaba estudiando la vida cultural de los pueblos de la comarca y que en todos ellos había constatado el mismo problema; los autóctonos quedaron algo sorprendidos pero poco a poco fueron reconociendo que era verdad. 

Según Roberto, había detectado mucho aburrimiento pero también ganas de hacer cosas, pero que nadie les había dicho cómo. Roberto le dijo que las iniciativas muchas veces deben salir de uno mismo, a pesar del miedo inicial de que te tomen como a un loco; todos fueron dando ideas...entre ellas la de ir recuperando ciertas tradiciones en las que todos , sin exclusión, participarían.... 

Así, Roberto vio que las caras de los asistentes fue cambiando. Hablaban más entre ellos, seguían proponiendo cosas tales como que los mayores contasen a los demás sus experiencias, que los padres enseñasen a los niños a hacer juguetes que hacían en la infancia y que en vez de encerrarse en el bar, podría haber verbena, poniendo el tabernero el convite. 

Roberto quedó gratamente asombrado y fue invitado a quedarse, pero no pudo porque su tiempo en la pensión ya había acabado y debería salir a la mañana siguiente... Había más pueblos que le necesitaban. 



Patricia López Muñoz
Técnico Superior en Animación Sociocultural
Técnico Especialista en Inmigración
Técnico Superior en Integración Social

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